Radio Narciso López - La Voz de la Anexión -

¿Es el fascismo derecha?

 

Se presentan dos principales argumentos que la izquierda internacional y sus medios emplean para etiquetar al fascismo y al nazismo como movimientos de "ultraderecha". El primero de estos argumentos apunta a que Hitler y Mussolini combatieron a los comunistas y socialistas, lo cual es verídico. Sin embargo, esta lucha no se deriva de una diferenciación entre derecha e izquierda, sino más bien de visiones contrastantes sobre el socialismo.

Por un lado, los bolcheviques, a través del Comintern, buscaban universalizar su movimiento. En contraste, Hitler y Mussolini abrazaban un socialismo nacionalista y autárquico basado en motivos raciales. De manera intrigante, Hitler sostenía que él personificaba el auténtico socialismo y que los marxistas eran representantes del más puro capitalismo internacional, bajo la supuesta influencia judía. Desde su perspectiva, el marxismo constituía en sí mismo una forma de capitalismo, lo cual se aplicaba igualmente a la socialdemocracia.

A lo largo del ensayo titulado "Mein Kampf", que más tarde daría origen al movimiento nazi, el líder del nacionalsocialismo alemán, Adolf Hitler, hace referencia en varias ocasiones a Karl Marx como una herramienta del judaísmo internacional capitalista. Esta perspectiva llevó a Hitler a considerar que su movimiento debía atraer a aquellos que simpatizaban con la extrema izquierda, siendo este su público objetivo.

En sus palabras: “La fuente de reclutamiento inicial para nuestro incipiente movimiento deberá ser la masa obrera. La tarea de nuestro movimiento en este aspecto será desvincular al obrero alemán de la utopía del internacionalismo, liberarlo de la opresión social que padece y rescatarlo de su desfavorecido entorno cultural. Esto se hará con el propósito de transformarlo en un elemento valioso de cohesión, imbuido de sentimientos nacionales y dotado de una voluntad plenamente nacional dentro de la totalidad de nuestra nación”.

“El hecho de que en la actualidad millones de hombres sientan íntimamente el deseo de un cambio radical de las condiciones existentes, prueba la profunda decepción que domina en ellos. Testigos de ese hondo descontento son sin duda los indiferentes en los torneos electorales y también los muchos que se inclinan a militar en las fanáticas filas de la extrema izquierda. Y es precisamente a éstos a quienes tiene, sobre todo, que dirigirse nuestro joven movimiento”.

Los fundamentos de la economía nazi

El segundo argumento que se esgrime es que los nazis afirmaban "defender la propiedad privada", lo cual es un completo equívoco. Siguiendo el ejemplo de la Italia fascista, Hitler permitió la subsistencia de la "empresa privada", bajo la estricta condición de que estas se comprometieran a producir en función del Estado. En el contexto de la Alemania nazi, se establecía un Betriebsführer, que ejercía como líder o propietario de la fábrica o el negocio, junto a los Gefolgschaft, representativos de la fuerza laboral. No obstante, todos debían adherirse al principio del Führerprinzip, que estipulaba que las empresas operaran siguiendo una jerarquía similar a la estructura militar, con una obediencia inquebrantable a Hitler como figura central.

En este esquema, el Führer nombraba a un Gauleiter, un líder de zona al cual los Betriebsführer debían obedecer. Era el Gauleiter, bajo la supervisión de Hitler, quien determinaba la producción de las empresas, su volumen, el método de distribución, los sueldos de los trabajadores, los horarios laborales e incluso fijaba los precios de los productos y definía la estructura completa de las compañías.

El empresario o patrón constituía meramente una designación nominal del dueño, mientras que el control efectivo de los medios de producción estaba en manos del Estado nazi. En este contexto, el Estado ejercía un dominio real sobre la propiedad, ejerciendo sus prerrogativas sustanciales y también recaudando las ganancias a través de impuestos. El economista Ludwig von Mises categorizaba esta situación de la siguiente forma: "La posición de quienes se consideraban propietarios privados se asemejaba esencialmente a la de pensionados del gobierno".

En 1935, tuvo lugar un debate sobre cuestiones económicas dentro del ámbito del partido nazi. Por un lado, estaban Hjalmar Schacht y Friedrich Goerdeler. Schacht se ocupaba del control de precios y ambos instaban a Hitler a abandonar el proteccionismo, disminuir la intervención estatal en la economía, dejar atrás el enfoque autárquico y, por supuesto, implementar medidas de libre mercado. Su oponente era Hermann Göring, quien abogaba por mantener el rumbo existente.

Al final, Hitler optó por seguir la perspectiva de Göring, lo que llevó a la renuncia de Schacht. En consecuencia, el partido nazi continuó promoviendo un enfoque estatista y controlador en la economía hasta sus últimos días.

En esencia, Hitler implementó una forma de keynesianismo militar, que resultó en un aumento significativo de la inversión pública y el gasto. Este enfoque se apoyó en los bonos Mefo, utilizados como una suerte de intermediario entre las compañías de armamento y el Estado nazi. Además, las ganancias provenientes de los botines de guerra también contribuyeron a esta estrategia. Sin embargo, este aumento en la inversión estatal y el gasto público conllevó un exceso de endeudamiento y una emisión descontrolada de dinero para financiar diversas obras.

Este enfoque generó una burbuja de prosperidad temporal. Durante este período, se construyeron autopistas, ferrocarriles y presas hidroeléctricas. Además, se desarrolló el famoso Volkswagen, conocido como "el auto del pueblo". También se financió un tipo de "Estado de Bienestar nazi" y se consolidó la industria de armamentos.

En estas dos falacias, en las que se argumenta que Hitler combatió al comunismo debido a su afiliación a la derecha política y que respaldó la empresa privada, se forja el mito de que el nacionalsocialismo representa una corriente de "ultraderecha". Sin embargo, este análisis no se detiene allí. Afortunadamente, para aquellos que aspiran a evaluar la historia de manera objetiva, Adolf Hitler dejó un legado escrito en forma de libro que captura su pensamiento. En esta obra, uno de los líderes más infames de la historia dejó frases que merecen ser destacadas:

"El interés colectivo prevalece sobre el individual."

"La posteridad olvida a aquellos que trabajaron solamente en beneficio propio y enaltece a los héroes que renunciaron a la felicidad personal."

"Si nos preguntamos cuáles son las fuerzas que crean o, al menos, mantienen un Estado, podríamos resumir la respuesta en el siguiente concepto: el espíritu y la voluntad de sacrificio del individuo en favor de la comunidad. Que estas virtudes no tienen nada en común con la economía se deduce fácilmente del hecho de que el ser humano nunca llega al punto del sacrificio por esta última. Es decir, uno no muere por asuntos comerciales, pero sí por ideales."

Efectivamente, se vuelve completamente claro que Hitler no tenía fe en el individuo y sostenía que lo colectivo debía primar sobre lo individual. Este principio fundamental refleja similitudes con el marxismo más puro. Sin embargo, como hemos abordado, el líder del nazismo consideraba que tanto el marxismo como la socialdemocracia de manera irracional servían a los intereses del capitalismo internacional. Este argumento lo expresa en su obra "Mein Kampf" al tratar lo que él denomina como "Las causas del desastre":

"La internacionalización de la economía alemana ya había comenzado antes de la guerra a través del sistema de sociedades por acciones. Una porción de la industria alemana luchó con tenacidad por escapar de su misma suerte; sin embargo, finalmente cedió ante el ataque unificado del capitalismo codicioso, con la asistencia de su socio más fiel: el movimiento marxista.

La persistente hostilidad dirigida contra la industria siderúrgica de Alemania marcó el inicio real de la deseada internacionalización de la economía alemana por el marxismo, que se consumó con el triunfo marxista en la revolución de noviembre de 1918. Precisamente mientras escribo estas líneas, otro éxito es alcanzado: el ataque general contra la empresa de los Ferrocarriles del Reich, que pasa a manos de la financiación internacional. Con este logro, la socialdemocracia 'internacional' ha alcanzado uno de sus objetivos importantes".

La izquierda real soy yo

Hitler sostenía firmemente que él encarnaba la verdadera izquierda y era un auténtico revolucionario que defendía la soberanía nacional alemana. Según su visión, tanto los socialdemócratas como los marxistas formaban parte de un eje controlado por influencias judías, diseñado para crear un conflicto ficticio con el fin de apoderarse del mundo y, en particular, de su amada Alemania. En sus palabras:

"El mismo dilema, pero en una escala mucho mayor, se presentó nuevamente al Estado y a la nación. Millones de personas abandonaron el campo para trabajar en las grandes ciudades como obreros de fábrica en las industrias emergentes. Mientras la burguesía miraba con indiferencia y no prestaba atención a este problema crucial, el judío advertía las vastas oportunidades que se presentaban en el horizonte y, estableciendo con total coherencia los métodos capitalistas de explotación humana, se aproximaba simultáneamente a las víctimas de sus maniobras para luego liderar la 'lucha contra sí mismo'. Por supuesto, esta idea de 'contra sí mismo' es meramente figurativa, porque el 'gran maestro de la mentira' siempre sabía cómo presentarse como un inocente, achacando la culpa a otros. Además, dado que incluso tenía la osadía de dirigir a las masas personalmente, estas no percibían que podrían estar ante uno de los engaños más infames de todos los tiempos."

El judío, según la percepción de Hitler, utilizaba una estrategia particular en sus acciones. Se acercaba al obrero, buscando ganar su confianza al simular compasión por su miseria y pobreza. Actuando de manera hábil, estudiaba las penurias reales o imaginarias en la vida del obrero y fomentaba su deseo de mejorar sus condiciones. El judío aprovechaba el sentimiento de justicia social que residía en los arios y lo manipulaba cuidadosamente, dirigiéndolo hacia el odio hacia aquellos en una mejor situación económica. De esta manera, establecía un enfoque ideológico concreto hacia la lucha contra los problemas sociales. Así nacía la doctrina marxista. Presentando esta doctrina como estrechamente relacionada con exigencias sociales justas, el judío promovía la propagación de estas ideas mientras provocaba resistencia de personas bienintencionadas, que veían como injustas o incluso imposibles de cumplir las demandas formuladas de manera que parecían injustas desde el principio.

En línea con los objetivos de la lucha que, según Hitler, no se limitaban a la conquista económica del mundo sino también buscaban el control político global, el judío dividía la doctrina marxista en dos partes, aparentemente separadas pero en realidad unidas: el movimiento político y el movimiento sindical.

Desde el punto de vista político, el judío reemplazaba la noción de democracia con la idea de una dictadura del proletariado. Un ejemplo aterrador de esto, según la perspectiva de Hitler, fue Rusia, donde el judío, de manera fanática y salvaje, habría causado la muerte por hambre y tortura a treinta millones de personas con el único propósito de garantizar la dominación de una camarilla de judíos, literatos y especuladores financieros sobre toda una nación.

La trampa metanarrativa de la izquierda

Es claro que Hitler sostenía que el nacionalsocialismo encarnaba el auténtico socialismo. A través de su lucha contra el marxismo internacionalista, se desarrolló la premisa de una confrontación entre polos ideológicos opuestos. De esta forma, se estableció la metanarrativa de que el nazismo y su aliado, el fascismo, eran movimientos de ultraderecha. En relación a este punto, el filósofo alemán Peter Sloterdijk expresó:

“El fascismo de izquierda le haya gustado presentarse como comunismo, era una trampa para moralistas. Mao Tse Sung nunca fue otra cosa que un nacionalista chino de la izquierda fascista, que en sus inicios hablaba con la jerigonza de la Internacional Comunista de Moscú. Comparado con la placentera exterminación promovida por Mao, Hitler parece un cartero raquítico. Sin embargo, la comparación entre monstruos no es agradable a nadie. El engaño ideológico más masivo del siglo XX fue precisamente, que después de 1945 la izquierda fascista acusó a los derechistas de fascismo, para quedar finalmente como sus opositores. En realidad se trató de una autoamnistía. Cuanto más se expusieran como imperdonables los horrores de la “derecha”, más desaparecía la izquierda del campo visual”.

El filósofo, jurista y economista austriaco, Friedrich Hayek, en su obra más celebre Camino de servidumbre, también aclara sobre los principios ideológicos fundacionales del nacionalsocialismo:

“En Alemania, la conexión entre socialismo y nacionalismo fue estrecha desde un principio. Es significativo que los más importantes antecesores del nacionalsocialismo —Fitche, Rodbertus y Lassalle— fueron al mismo tiempo padres reconocidos del socialismo. Mientras el socialismo teórico, en su forma marxista dirigía el movimiento obrero alemán, el elemento autoritario y nacionalista retrocedía temporalmente a segundo plano”.

Sobre este asunto no queda lugar a dudas, y tal como afirmó Hitler, ellos debían dirigirse a captar a los jóvenes de la extrema izquierda, no en vano toda la propaganda nazi desde el punto de vista del discurso, los colores y el arte, era idéntica a la propaganda bolchevique. Sobre este asunto también se explaya Hayek:

“No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad le las filas del movimiento. La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental.

Una guerra de izquierdas

Es cierto que, en Alemania antes de 1933 y en Italia antes de 1922, los comunistas y los nazis o fascistas frecuentemente se encontraban en confrontación entre sí más que con otros partidos. Ambos competían por ganarse el favor de un mismo tipo de mentalidad y se reservaban un profundo desprecio mutuo. Sin embargo, sus acciones revelaron cuán intrínsecamente relacionados estaban. Para ambos, el enemigo verdadero, aquel con quien no compartían nada y a quien no podían persuadir de ningún modo, era el liberal del viejo estilo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas potenciales, moldeados con la misma materia prima aunque respondieran a líderes equivocados. Sin embargo, ambos sabían que no había espacio para un compromiso entre ellos y aquellos que genuinamente creían en la libertad individual.

El 19 de septiembre de 2019, el Parlamento Europeo aprobó una resolución titulada "Importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa". En esta resolución se establece lo siguiente:

Se reconoce que la Segunda Guerra Mundial, uno de los conflictos más devastadores en la historia de Europa, fue un resultado directo del infame Tratado de no agresión nazi-soviético del 23 de agosto de 1939, también conocido como Pacto Mólotov-Ribbentrop, y sus protocolos secretos. Estos acuerdos permitieron que dos regímenes totalitarios, que compartían la ambición de conquistar el mundo, dividieran Europa en dos áreas de influencia.

Se señala que los regímenes nazi y comunista llevaron a cabo asesinatos masivos, genocidios y deportaciones, resultando en una pérdida de vidas humanas y libertades en el siglo XX a una escala sin precedentes en la historia de la humanidad. La resolución también recuerda los horrendos crímenes del Holocausto perpetrados por el régimen nazi.

El Parlamento Europeo condena enérgicamente los actos de agresión, los crímenes contra la humanidad y las violaciones masivas de los derechos humanos cometidos por regímenes comunistas, nazis y otros regímenes totalitarios.

No obstante, muy probablemente a más de 70 años de aquella devastadora guerra, seguramente usted o una gran parte de la población mundial recuerda a Hitler como el propio anticristo, pero, por otro lado, tiene una opinión bastante neutra, o en algunas casos favorables hacia el régimen de Stalin o el de Mao, cuando los dos últimos asesinaron a muchas más personas, ¿no se ha preguntado por qué?

Pues la respuesta es muy sencilla, al nazismo y al fascismo los transformó la izquierda marxista internacionalista en fenómenos de ultraderecha, al servicio del capitalismo mundial, gracias a sus desencuentros, a partir de allí su mala prensa incrementa, mientras que los crímenes de Stalin han pasado en la historia por debajo de la mesa. Sin embargo, es sumamente importante que las nuevas generaciones comprendan realmente la historia para poder concretar definiciones ideológicas, Mao y Stalin fueron igual o más perversos y asesinos que el propio Hitler, y lo más importante de todo, es que todos fueron socialistas, siempre fue una batalla de izquierdas.

El fascismo, el gemelo ideológico del nazismo

Hitler y Mussolini en un desfile (Archivo)
Para comprender la ideología del fascismo es preciso comprender la historia del padre creador del movimiento y sus principales referentes teóricos.

Benito Mussolini fue un militar, periodista y político italiano que militó en las filas del Partido Socialista Italiano durante 14 años. En el año 1910 fue nombrado editor del semanario La Lotta di Classe (La lucha de clases), y al año siguiente publicó un ensayo titulado El trentino visto por un socialista. Su actividad periodística y su participación en manifestaciones lo llevaron a la cárcel, pero al poco tiempo fue liberado. Entonces el Partido Socialista, cada vez más fuerte y habiendo logrado una victoria importante en el Congreso de Reggio Emilia, lo pone a cargo del periódico milanés Avanti!; órgano oficial de este partido.

Luego de este activismo político intenso se sobreviene la Primera Guerra Mundial que marca un antes y después en la vida de Mussolini. En un principio el dirigente del Partido Socialista formó parte de una postura antintervencionismo, que se oponía a la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial, sin embargo, luego se sumó al grupo intervencionista, lo que le valió la expulsión de su partido.

Mussolini participó en la guerra, y tras la misma quiso sacar provecho de la insatisfacción que había en el pueblo italiano, debido a los pocos beneficios obtenidos por el Tratado de Versalles, entonces culpa a sus antiguos compañeros del Partido Socialista por ello, y es cuando da inicio a la formación de la Fasci Italiani di combattimento, que posteriormente se convertiría en el Partido Fascista italiano.

Basados fuertemente en los sentimientos nacionalistas que florecieron producto del combate, Mussolini llegó al poder de la mano de la violencia luchando contra los socialistas tradicionales, escudándose en el famoso escuadrón de las camisas negras; entonces empezaría a tomar forma el complejo ideológico del fascismo.

Las bases teóricas y el padre ideológico del fascismo
Casi todo el mundo sabe que Karl Marx es el padre ideológico del comunismo y el socialismo, también que Adam Smith fue el padre del capitalismo y el liberalismo económico, pero, ¿sabe usted quién es la mente detrás del fascismo? Es muy probable que no lo sepa, y le adelanto, el filósofo detrás del fascismo también era un socialista declarado.

Giovanni Gentile, filósofo neohegeliano, fue el autor intelectual de la “doctrina del fascismo”, la cual escribió en conjunto con Benito Mussolini. Las fuentes de inspiración de Gentile fueron pensadores como Hegel, Nietzsche y también Karl Marx.

Gentile llegó a declarar que “El fascismo es una forma de socialismo, de hecho, es su forma más viable”. Una de las reflexiones más comunes al respecto es que el fascismo es en sí, un socialismo basado en la identidad nacional. También creía que toda acción privada debía ser orientada a servir a la sociedad, estaba en contra del individualismo, para él no existía distinción entre el interés privado y público.

En sus postulados económicos defendió el corporativismo estatal obligatorio, queriendo imponer un Estado autárquico, básicamente la misma receta que emplearía Hitler años después. Un aspecto básico de los postulados de Gentile es que la democracia liberal era nociva, pues estaba enfocada en el individuo, lo que conducía al egoísmo. Él defendía “la verdadera democracia” en la que el individuo debía subordinarse al Estado. En ese sentido, promovía las economías planificadas en las que era el gobierno el que indicaba qué, cuánto y cómo producir.

Gentile y otro grupo de pensadores crearon el mito del nacionalismo socialista, ese en el que un país bien dirigido por un grupo superior podría subsistir sin comercio internacional, siempre y cuando todos los individuos se sometieran a los designios del gobierno; el fin era crear un Estado Corporativo. Hay que recordar que Mussolini venía del Partido Socialista Italiano tradicional, pero debido a la ruptura con este movimiento marxista tradicional, y debido al fuerte sentimiento nacionalista que predominaba en la época, se trastocan las bases para crear el nuevo “socialismo nacionalista”, al cual llamaron fascismo.

La economía fascista

El fascismo nacionalizó la industria de las armas, sin embargo, a diferencia del socialismo tradicional, no consideraba que el Estado debía poseer formalmente todos los medios de producción, pero sí dominarlos. Es decir, los dueños de industrias podían “mantener” sus negocios, siempre y cuando los mismos sirvieran a las directrices del Estado, siendo fiscalizados y supervisados por funcionarios públicos y pagando una alta tributación (en el fondo, la “propiedad privada” no era tal cosa, pues se convertía en un instrumento del gobierno, tal como haría el nazismo años después a través de los Gauleiter, bajo el principio del Führerprinzip); también estableció el impuesto al capital, la confiscación de bienes de las congregaciones religiosas y la abolición de rentas episcopales. El estatismo era la clave en todo, gracias al discurso nacionalista y colectivista todos los esfuerzos de los ciudadanos debían ser a favor del Estado.

El fascismo decía oponerse al capitalismo liberal, pero también al socialismo internacional, de allí parte la concepción de “tercera vía”, la misma posición que sería sostenida por el peronismo argentino años después. Esta oposición al socialismo internacional y al comunismo es precisamente lo que ha causado tanta confusión en la ubicación ideológica del fascismo, el nazismo y también el peronismo. Al haberse opuesto a la izquierda tradicional marxista internacionalista, estos los atribuyeron a la corriente de movimientos de ultraderecha, cuando lo cierto es que, tal como se ha demostrado, sus políticas económicas centralizadas obedecían a los principios colectivistas y socialistas, contrariando abiertamente al capitalismo y al libre mercado, favoreciendo al nacionalismo y la autarquía.

En ese sentido, tal como estableció el filósofo creador de la ideología fascista, Giovanni Gentile, el fascismo es otra forma de socialismo, ergo, no era una batalla de izquierda contra derecha, sino una lucha entre diversas izquierdas, una internacionalista y una nacionalista.

De hecho, en 1943 Benito Mussolini promueve la “socialización de la economía”, también conocida como la socialización fascista. Para este proceso Mussolini busca el asesoramiento del fundador del Partido Comunista Italiano, Nicola Bombacci. El comunista fue el principal autor intelectual del Manifiesto de Verona, la declaración histórica con la que el fascismo promueve este proceso de “socialización” económica para profundizar el anticapitalismo y el autarquismo, y en la que Italia pasa a denominarse “República Social Italiana”.

El 22 de abril de 1945 en Milán, el líder fascista declararía lo siguiente:

“Nuestros programas son definitivamente iguales a nuestras ideas revolucionarias y ellas pertenecen a lo que en régimen democrático se llama ‘izquierda’; nuestras instituciones son un resultado directo de nuestros programas y nuestro ideal es el Estado de Trabajo. En este caso no puede haber duda: nosotros somos la clase trabajadora en lucha por la vida y la muerte, contra el capitalismo. Somos los revolucionarios en busca de un nuevo orden. Si esto es así, invocar ayuda de la burguesía agitando el peligro rojo es un absurdo. El espantapájaros auténtico, el verdadero peligro, la amenaza contra la que se lucha sin parar, viene de la derecha. No nos interesa en nada tener a la burguesía capitalista como aliada contra la amenaza del peligro rojo, incluso en el mejor de los casos esta sería una aliada infiel, que está tratando de hacer que nosotros sirvamos a sus fines, como lo ha hecho más de una vez con cierto éxito. Ahorraré palabras ya que es totalmente superfluo. De hecho, es perjudicial, porque nos hace confundir los tipos de auténticos revolucionarios de cualquier tonalidad, con el hombre de reacción que a veces utiliza nuestro mismo idioma”.

Después de estas declaraciones, Benito Mussolini, el líder del régimen fascista en Italia, fue capturado por las fuerzas aliadas y ejecutado el 28 de abril de 1945

 

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